Interesante artículo publicado hoy en La Nación por Eduardo Fidanza:
La política moderna es un juego de máscaras, astucias y trifulcas. Pero de vez en cuando los dirigentes se abocan a temas sustantivos. No sucede eso en la Argentina de estos días. Nuestros políticos parecen sumidos en una lucha de posiciones, al modo de la primera Guerra Mundial: han cavado trincheras, avanzan y retroceden en medio de la bengala, usan munición legal y, cuando las cosas se complican, no dudan en acudir al gas mostaza. Pero a no asustarse: es sólo psicodrama.
No obstante, las balas de salva distraen de lo importante. Sugeriré apenas tres hipótesis.
En primer lugar: los bandos principales -los que pueden ganar la batalla- están definidos más por alineamientos electorales (unos quieren hacerse del gobierno; los otros, retenerlo) que por diferencias programáticas.
Otras fuerzas con programas alternativos (de izquierda o derecha) no están en condiciones de ganar. Y si ganaran deberían adecuar sus planes a la cultura dominante. Segundo, los motivos del combate -el uso de las reservas, el volumen y el financiamiento del gasto, el divorcio de los mercados internacionales de crédito, la inflación- se consideran causas y no consecuencias de antiguos problemas que están todavía irresueltos. Y tercero: a pocos parece preocuparles la calidad de las políticas públicas y su sustentabilidad.
Así, la guerra política argentina tiene algo de absurdo: los enemigos principales no lo son tanto; las cuestiones sobre las que disputan están mal planteadas y no interesa la consistencia de los materiales necesarios para una buena y duradera reconstrucción.
Pero hay algo más: todos están de acuerdo en que el país donde se libra el combate atraviesa por uno de los mejores momentos de toda su historia económica.
Y esto habilita una cuarta hipótesis: la economía privada y el Estado ya no pelean por la escasez, sino por la riqueza que la Argentina crea a partir del mejoramiento del precio de las materias primas exportables, principalmente la soja. El conflicto con el campo fue una expresión de este fenómeno.
Pablo Gerchunoff, un lúcido economista argentino, ha expuesto las razones estructurales de la nueva situación. Gerchunoff se pregunta si no habremos salido, después de muchas décadas, de lo que se llamó el stop and go .
Estas palabras inglesas ilustran un ciclo económico caracterizado, en trazos gruesos, por una fase de expansión (el go ), que incluye el aumento de las exportaciones y el consumo, el consecuente incremento de las importaciones, el déficit de la balanza comercial y de pagos, la aceleración de la inflación y la recesión (el stop ).
No puedo detenerme en el detallado análisis de Pablo Gerchunoff, pero destaco su conciencia generacional. Los sociólogos y los economistas de su época (que es también la mía) estudiaron bajo el rigor del modelo de la Cepal de los años 60. Este sostenía que economías como la nuestra estaban fatalmente condenadas a empujar una piedra irremontable: el llamado "estrangulamiento externo", provocado por la disparidad entre los precios de lo que exportábamos (alimentos y materias primas) y de lo que importábamos (insumos industriales y bienes de capital).
Dicho con sencillez: vendíamos barato, comprábamos caro y cubríamos la brecha con deuda.
No crecíamos: nos faltaban las divisas. Ante las nuevas condiciones, Gerchunoff confiesa conmovido: "Para un hombre de mi generación, la sola sospecha de que los dólares disponibles pueden no ser una restricción para el crecimiento revoluciona la mente".
Sin embargo, el milagro no lo provocó el cambio favorable de las condiciones comerciales por sí solo. La novia estaba preparada cuando llegó el príncipe azul: algunos sectores industriales se habían modernizado y aportaban divisas, y la producción agropecuaria había hecho una transformación crucial en el plano de la tecnología, la estructura de la propiedad y la gestión estratégica de negocios. El día que la soja se valorizó comenzó la fiesta.
Se dijo que Néstor y Cristina Kirchner se habían limitado nada más que a aprovechar el viento de cola. No es tan claro. Ellos implementaron inicialmente una política económica posible y de amplio consenso.
En forma explicita o implícita, la apoyaron el radicalismo, el peronismo y partidos menores, es decir, las fuerzas que reúnen el ochenta por ciento de los votos a nivel nacional.
La política de Néstor Kirchner y de su ministro Roberto Lavagna se basó en una presencia activa del Estado en la economía y buscó favorecer el mercado interno. Sus instrumentos básicos fueron el dólar alto, los aranceles a las importaciones, el incremento del gasto público y la presión impositiva.
Esta política tuvo un logro adicional: renegoció con ventajas la mayor parte de la deuda pública, aprovechando su alto grado de atomización.
El éxito fue estruendoso. Todos los indicadores, de variables duras o blandas, experimentaron un crecimiento excepcional entre 2003 y 2007: el PBI, el empleo, el consumo, la inversión, la confianza en el gobierno y, finalmente, el voto: en las elecciones de 2005 y 2007 el gobierno duplicó su caudal electoral de origen.
Además de recordar lo que fue, quisiera señalar lo que permanece: esa orientación de gobierno -que es más que una política económica- a la que llamaré "pro Estado", sigue siendo compartida, fuera de cámara, por los dos grandes partidos históricos de la Argentina. Lo que se cuestiona ahora, si se quiere, son los excesos del kirchnerismo: la prepotencia institucional, el manejo arbitrario de los fondos federales, la corrupción y la justificación de los medios para el fin excluyente de mantener e incrementar el poder.
Sigue aca
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